lunes, 4 de junio de 2012

TANTAS VECES, CRISTINA*


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El gobierno de Cristina Fernández ha vuelto a atentar contra la libertad económica de sus conciudadanos y el bienestar material de la sociedad argentina. No ha sido suficiente la nacionalización del sistema privado de pensiones y la reciente expropiación de la compañía petrolera YPF de Repsol. Ahora acaba de restringir las importaciones de bienes y servicios en su afán por evitar la fuga de divisas y así controlar su demanda y tipo de cambio. Una vez más se apuesta por el proteccionismo para justificar el intervencionismo estatal en nombre de los intereses de la sociedad.

El proteccionismo puede ser políticamente rentable pero siempre será económicamente falaz. La restricción de las importaciones para conservar puestos de trabajo no funciona. Tampoco funciona restringir las importaciones para evitar la fuga de divisas o para equilibrar la balanza comercial o para estimular la producción. Y llegar a ver la restricción de las importaciones como un tema de seguridad nacional me parece francamente un absurdo. La restricción de las importaciones genera mucho más costos que beneficios. No obedece a los intereses generales de una sociedad libre, sino a los intereses particulares de algunos políticos de turno e industrias anticompetitivas y rémoras sindicales. Y siempre genera un gran perdedor: el consumidor.

Para ver cómo el proteccionismo perjudica al consumidor basta con analizar uno de sus argumentos más populares. Quienes abogan por la restricción de importaciones nos dicen que las exportaciones son buenas y las importaciones son malas. Pero la verdad es otra porque las importaciones no son malas. El verdadero beneficio del comercio internacional está en función de las importaciones y no en función exclusiva de las exportaciones.
Existen muchas formas de demostrar esto. He aquí una de ellas: las exportaciones se destinan a mercados extranjeros para beneficio de terceros, mientras que las importaciones se destinan a nuestros mercados para nuestro beneficio. Nosotros, lógicamente, no consumimos lo que exportamos. Podemos decir entonces que las exportaciones son el precio que pagamos por lo que importamos. Adam Smith fue preciso al indicar que el beneficio en el comercio internacional está en obtener la mayor cantidad de importaciones por nuestras exportaciones—o sea en exportar lo menos posible por bien o servicio importado. Entonces en una balanza comercial superavitaria, en donde el valor de lo que enviamos afuera—el valor de nuestras exportaciones--es mayor que el valor de los bienes y servicios que recibimos de afuera, estamos, como sociedad, pagando más por recibir menos. Restringir las importaciones, por tanto, es obligarnos a pagar más por lo que necesitamos y no necesariamente producimos.

Desde este punto de vista podemos concluir que la política económica del gobierno argentino explota al consumidor. Quienes abogan por el proteccionismo podrían argüir, adicionalmente, que este es el precio por proteger puestos de trabajo. Pero este argumento también está equivocado porque confunde el proteger puestos de trabajo improductivos con el generar puestos de trabajo productivos. No es el comercio internacional el que acaba, vía importaciones, con puestos de trabajo improductivos, sino los mercados locales. Los mercados son intolerantes con la ineficiencia: si una empresa local no puede competir en igualdad de condiciones con las empresas de afuera, no tiene por qué estar. Los mercados no son misericordiosos.

La teoría económica nos enseña que el comercio internacional es uno de los mejores medios que tiene un país pobre para promover el bienestar material de sus ciudadanos. La experiencia así lo demuestra una y otra vez.

*/Artículo publicado en el Dirario Expreso el 1/06/2012.

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