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Comparto la posición de los gremios y de
todos aquellos líderes de opinión que exigen la eliminación de las sobretasas arancelarias
a los alimentos importados. Existen razones coyunturales para prescindir de
ellas. La CONFIEP, por ejemplo, demanda que se eliminen como una medida para contrarrestar
el alza de los precios internacionales de productos medulares como el maíz, la
soya y el trigo. Pero también hay razones estructurales que justificarían su
eliminación y que podemos, en esta oportunidad, resumir así: nuestra sociedad siempre
estará mejor sin barreras al libre comercio. Que tengamos los aranceles más
bajos de la región es inconsecuente; su propia existencia nos afecta. La teoría
económica así lo enseña y la experiencia así lo constata.
¿Generan estas sobretasas arancelarias
algún beneficio? Sí. Por un lado, tenemos los réditos políticos y, por el otro,
la generación de caja y la protección de precio y plaza locales para aquellas industrias
nacionales renuentes o incapaces de competir en igualdad de condiciones con las
industrias extranjeras. Pero para la sociedad en su conjunto no existe
beneficio alguno. Para ver esto basta con identificar algunos de los costos en
los que se incurren para generar estos beneficios.
Podemos empezar con la distorsión que la
medida genera en los mercados relevantes al evitar que los precios asignen
eficientemente los recursos escasos. Una asignación ineficiente de estos
recursos en alternativas mutuamente excluyentes hace que los precios no
reflejen la verdadera escasez relativa de los bienes y servicios y transmitan
información equivocada. Es así como estas sobretasas redirigen y mantienen estos
recursos en las industrias protegidas. Esta redirección es incorrecta
y costosa económicamente porque
de ellas no existir, estos recursos se hubieran asignado debidamente en otras industrias en
las que, por ejemplo, habría
ventajas competitivas como
para enfrentar a las industrias extranjeras.
Paralelamente, las sobretasas
arancelarias reducen nuestras opciones
entre las que podemos elegir libremente. Al encarecer las importaciones nos
obligan a reacomodar nuestro presupuesto en términos de la consecuente
reducción en la cantidad demandada de los productos importados. Asimismo, nos
obligan a tener que pagar más, en términos de exportaciones, por una cantidad
menor de importaciones. Si asumimos que nuestras exportaciones son el precio
que pagamos por lo que importamos, nos convendrá exportar lo menos posible por
producto importado. Ello significa que una restricción a las importaciones se
traduciría en un mayor pago por lo que necesitamos pero que no producimos o que
no necesariamente debemos producir.
De lo anterior podemos concluir que, económicamente,
nada bueno puede obtenerse de estas sobretasas arancelarias a los alimentos. Puntualmente
esta medida atenta contra nuestro bienestar material--sobretodo en esta coyuntura
adversa en la que estas sobretasas intensificarían el impacto del alza de los
precios internacionales de los alimentos en nuestra economía personal. El
proteccionismo explota al consumidor y nos perjudica como sociedad porque como lo
mire, siempre nos obligará a pagar más por menos, restándonos competitividad.
*/ Artículo publicado en el diario Expreso el 10/08/2012.
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