viernes, 6 de julio de 2012

EL SUELDO MINIMO: UN INSTRUMENTO INEFICAZ DE POLÍTICA ECONOMICA*

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Los sindicatos obreros le exigen al gobierno de Cristina Fernández subir el sueldo mínimo para aminorar el impacto de la actual crisis económica en el bienestar material de los trabajadores argentinos. Ante una inflación anual del 25% y demás consecuencias de las medidas adoptadas por este gobierno para obtener mayores recursos con los qué financiar un creciente gasto público, esta exigencia era previsible. Desafortunadamente el sueldo mínimo es ineficaz como instrumento de política económica. Por este motivo, incrementarlo en este caso no solo no serviría para revertir los errores en materia distributiva, sino que los profundizaría.

El salario mínimo tiene por objeto beneficiar a los trabajadores menos calificados. Establece un mínimo remunerativo del que una organización no puede descender para contratar los servicios laborales de estos trabajadores formalmente. A pesar de su noble propósito, sin embargo, el sueldo mínimo no beneficia a su público objetivo. Además es caro para las empresas y sobretodo genera informalidad laboral. El salario mínimo es, en suma, económicamente contraproducente. Esto sorprende en primera instancia pero basta con desarrollar una simple explicación para ver el por qué de su ineficacia.
Partamos de la premisa que un intercambio de bienes y servicios será voluntario si beneficia a todos los participantes. Y será sostenible sólo si es voluntario. Si el intercambio es involuntario sólo podría concretarse vía imposición pero sería insostenible en el tiempo.
Una empresa contrataría los servicios laborales de un trabajador en la medida en que el costo económico de emplearlo sea igual o inferior al ingreso por ventas que estos servicios le generen. El costo de contratar formalmente a un trabajador es su remuneración completa según ley. La contribución del trabajador a los ingresos de la empresa dependerá de su productividad laboral--la tasa a la que transforma trabajo en producto. Entre mayor es esta productividad, mayor será la remuneración del trabajador. La empresa no contrataría los servicios del trabajador si el costo de emplearlo resultara mayor que su productividad.
Para emplear a un trabajador éste tiene que por lo menos valer lo que cuesta. Si su productividad laboral corresponde a una remuneración inferior al sueldo mínimo, la empresa no lo contrataría formalmente. En este caso el trabajador tendría como consecuencia dos opciones: quedarse sin laborar o laborar informalmente por menos dinero. ¿Cuánto menos? Pues lo que el mercado esté dispuesto a pagar por los servicios de un trabajador no calificado.
A partir de ello podemos argüir que toda inquietud de subir el sueldo mínimo implicaría una inquietud para exigir ex ante una mayor productividad a los trabajadores que laborarían por dicho sueldo. El problema con esto es que, en contraste al sueldo mínimo, la productividad no puede incrementarse por decreto. Esta se genera en el tiempo a partir de la capacitación y la experiencia en el trabajo. Entonces toda propuesta de subir el sueldo mínimo constituiría una razón para que las empresas no contraten formalmente a trabajadores no calificados o de escasas credenciales. Asimismo para un empleado que sí gana el sueldo mínimo, todo incremento en éste constituiría una amenaza contra su empleo formal. Puntualmente el sueldo mínimo no estimula el empleo y constituye una fuente de informalidad.
Por lo anterior pensaríamos que el gobierno de Fernández se opondría a aumentar el sueldo mínimo. Pero si por las razones que todos conocemos fue capaz de nacionalizar YPF y los fondos de pensiones; de gravar las exportaciones agrícolas y restringir las importaciones; de controlar el tipo de cambio; y de maquillar los indicadores inflacionarios, no tendría por qué sorprendernos que acepte el pedido de estos sindicatos en duplicar el sueldo mínimo.
*/Artículo publicado en el Diario Expreso el 15/06/2012.

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