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En política económica es un error
pensar que lo que aplica o es cierto para un mercado, industria o sector,
aplica o es cierto para la economía en su conjunto. Sin duda existen excepciones.
Pero quienes formulan política pública en materia económica suelen creer lo
contrario: si es verdad para una persona, para un mercado, para una industria o
para un sector, tiene que ser verdad para la economía en su conjunto. Esta
posición resulta de lo que en filosofía se conoce como la falacia de la
composición—el error de asumir que lo que aplica a la parte aplica al todo. Esta
falacia es distorsionante particularmente cuando se trata de diseñar política
macroeconómica porque lo que es verdad para un individuo o para un mercado,
industria o sector—la parte—no tiene por qué ser cierto para la economía en su
conjunto—el todo.
Ejemplos de esta falacia abundan en economía.
Si duplicáramos los haberes de un individuo, éste sería más rico. Pero al país
no lo podemos enriquecer duplicando su cantidad de dinero inorgánicamente. Imprimir
una cantidad de papel moneda igual a la cantidad de dinero en la economía
constituye una inflación de la masa monetaria, que al circular tras una misma
cantidad de bienes y servicios generaría eventual y consecuentemente un
incremento en el nivel de precios.
Otro ejemplo de la falacia de la
composición es cuando usamos inversiones individuales para determinar la
inversión real del país. Cuando invertimos en bonos soberanos transferimos
dinero de nuestros haberes a los haberes del Estado. Para honrar las
obligaciones que generan los bonos, el Estado tendrá que usar el dinero de
futuros contribuyentes. Económicamente esto no representa una inversión porque el
incremento en los activos de los inversionistas es igual a la reducción en los
activos de estos contribuyentes. La inversión real está en función de todo
aquello que incremente el stock de capital—más fábricas y mayor infraestructura
constituyen inversión real.
El tema central en la falacia de la compensación es que ignora las interacciones entre individuos—lo que precisamente hace que lo que sea verdad o aplique para uno, no tiene por qué aplicar o ser verdad para todos.
Ello puede verse, por ejemplo, en el
esfuerzo de los gobiernos en salvar puestos de trabajo—un noble propósito. Se
puede rescatar una industria a través de subsidios, regímenes tributarios o comprándole
su producción. Lamentablemente, estas medidas ignoran que lo que el gobierno gaste
para realizarlas tendrá que tomarse de alguien vía impuestos. Al ser los
recursos escasos, es posible que los puestos de trabajo que el gobierno llegara
a salvar en dicha industria puedan costar un igual o mayor número de puestos de
trabajo en otra industria. La falacia no está en pensar que los puestos de
trabajo pueden salvarse, sino en pensar que el rescate es un beneficio neto.
Uso esta tribuna para exhortar a
quienes insisten en que el Estado emprenda proyectos públicos faraónicos y
perfectamente otorgables en concesión a que reconsideren sus intereses, por
nuestro bien.
*/Artículo publicado en el diario Expreso el 13/07/2012.
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